miércoles, 3 de noviembre de 2010

MANOS UNIDAS: CÉCILE SAMAGUI

Cécile Samagui da lecciones de felicidad
La emotiva protagonista de la gala de los premios «Príncipe de Asturias», oriunda de una aldea de Benín, se admira de «lujos» como las escaleras mecánicas o el agua caliente y se extraña de que haya gente infeliz pese a la «belleza» del Primer Mundo.

Lo primero que hará Cécile Samagui cuando regrese a la aldea de la República africana de Benín en la que vive y de la que nunca había salido hasta ahora será desmentir los temores que le infundieron sus compatriotas cuando Manos Unidas le comunicó que había sido elegida para asistir a la entrega del premio «Príncipe de Asturias» de la Concordia, que este año recayó en esa ONG católica. «Te sentirás desplazada, nadie te hablará y te mirarán mal», le vinieron a decir. Nada más lejos de la realidad; de hecho, Samagui no encuentra palabras para explicar lo «cómoda, confortada, contenta y agradecida» que ahora, a toro pasado, dice sentirse. «Ustedes me han llenado de besos y abrazos», dice mientras se deshace en agradecimientos.

Pero Cécile Samagui regresará con un descubrimiento que aún no puede explicar. Preguntada por sus impresiones respecto al «Primer Mundo», responde que le parece «muy bello» y que no duda que la vida en un lugar con tantas comodidades debe ser «preciosa». Pero cuando alguien le dice que, no obstante, hay personas que se declaran infelices, el rostro de Samagui refleja el estupor y niega con firmeza: «Eso es imposible». Da igual cuántas veces se lo traten de explicar: «Es imposible no ser feliz aquí», insiste.

Las reticencias de esta beninesa a lo que pudiera encontrarse en su primer viaje fuera del indómito territorio donde vive tienen su porqué. Benín fue en los siglos XVI y XVII un territorio frecuentado por los cazadores de esclavos, que raptaron a más de millón y medio de nativos. Luego, en las postrimerías del siglo XIX, la conquista y colonización francesa dejaron un trágico saldo de más de un millón de muertos. Cécile Samagui se encoge de hombros cuando se le pregunta por las razones de la desconfianza beninesa al hombre blanco, pero la historia habla por ella.

Afortunadamente, los rostros pálidos que hoy llegan a Benín -antiguo reino de Dahomey, en el golfo del mismo nombre- son en su mayoría misioneros y voluntarios de organizaciones humanitarias que, como Manos Unidas, aspiran a mejorar las condiciones de vida de los nativos. Samagui colabora con ellos desde su juventud. Ahora tiene 45 años, cinco hijos y un puesto de confianza como coordinadora de proyectos de desarrollo en sectores como la agricultura, la sanidad y la educación. Su papel, al decir de los responsables de Manos Unidas, es clave, pues, aparte de ayudar a vencer las reticencias de los aborígenes, aporta datos sobre las necesidades reales de la población.

Lo que no entraba ni por asomo en los planes de esta mujer con madera de líder era viajar a Asturias para recoger junto a Myriam García Abrisqueta, presidenta de Manos Unidas en España, el premio «Príncipe de Asturias» de la Concordia. El viaje en sí ya fue una odisea: doce horas de ruta por pistas de tierra para llegar a Cotonú, la ciudad más poblada de Benín y donde se halla el principal aeropuerto del país. Fruto de las inundaciones que asolaron el territorio, el avión que la debía llevar a Casablanca (Marruecos) acabó aterrizando en la cercana Nigeria. Una vez hecho el traslado forzoso y con todas las escalas aéreas descompaginadas, Cécile Samagui logró llegar al Principado, previo paso por Madrid. En total, dos días y medio de peregrinaje para llegar a Asturias, donde le aguardaba un mundo tan desconocido como sorprendente.

Las anécdotas se sucedieron desde el momento en que Cécile Samagui pisó suelo asturiano en Santiago del Monte. Las puertas de apertura automática del aeropuerto, la ausencia de baches en la carretera que lleva a Oviedo, el alojamiento en el hotel la Reconquista, las escaleras mecánicas, la primera cocina vitrocerámica que ve en su vida una mujer habituada a cocinar en fuego de leña... El contraste entre su mundo y el occidental se manifestó con toda crudeza. «Nos ha contado que se extrañó mucho por disponer de cuatro toallas en la habitación y que se aseó con agua fría porque no sabía usar el grifo para que saliera caliente», narra el sacerdote avilesino y ex misionero en Benín Abel Suárez, quien hace las veces de anfitrión de Samagui durante los días que ésta lleva en Asturias.

Donde el asombro de Samagui alcanzó su cénit fue en el teatro Campoamor. Allí, recibida como una personalidad y pisando la mullida alfombra azul, asegura que se dio cuenta de la gran importancia del premio concedido a Manos Unidas. «Yo venía pensando que mi visita tenía como finalidad darles las gracias a todos ustedes y me encontré con lo contrario: resulta que son ustedes los que se muestran agradecidos hacia mí por haber venido. Es el mundo al revés», explicaba ayer, aún emocionada por la acogida.

La naturalidad con la que actuó y la franca sonrisa que exhibió en todo momento Cécile Samagui conquistaron al público, y muy especialmente a la Reina doña Sofía, que no se separó de la beninesa durante el cóctel posterior a la ceremonia de entrega de los premios. «La Reina se interesó por mi país, por mis condiciones de vida, por los proyectos que tenemos en marcha... No daba crédito: ¡la propia Reina de España hablando conmigo! Es algo que no olvidaré en mi vida», relata Samagui.

Desea regresar cuanto antes a su tierra para contar todas las maravillas que ha visto y transmitir un mensaje de esperanza: «Quiero decir a mi gente que no desespere, que debemos seguir trabajando duro, que todos ustedes nos arropan y que algún día, aunque yo no lo vea, quizá podremos disfrutar en Benín de las mismas comodidades que tienen ustedes». Aunque seguramente contará a sus vecinos el extraño misterio de los hombres y mujeres que en medio de «tanta belleza» no eran felices.
(LA NUEVA ESPAÑA, MARTES 26 OCTUBRE 2010)
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